Capítulo 4 “Enzo”
En la ciudad de Moreno, Buenos Aires, la gente se está
volviendo loca. Todas las personas se aseguran de guardar bien sus autos y no
estacionarlos fuera. Ya que, se estaría produciendo un fenómeno extraño. En
algún momento de la noche o día, algunos autos son completamente destrozados.
Nadie sabe quién lo hace, la policía trato de localizar al responsable de todos
estos actos de vandalismo pero no pudieron encontrar nada.
Por lo tanto, todos prefieren caminar para llegar de un lado
a otro. Hace unas semanas utilizaban motos o bicicletas pero sucedió lo mismo
que con los autos.
Enzo es un joven de diecisiete años, se dedica a vivir del
oficio. Algunos días toca la guitarra en la calle para conseguir dinero, o en
la escuela suele vender diversos objetos por contrabando.
Este chico no está estable mentalmente desde que sufrió un
grave episodio en su niñez. Enzo de
pequeño solía ir de vacaciones a Córdoba con sus padres hasta que sufrieron un
accidente. Iban por la ruta de noche, había muchísima niebla. Enzo tenía apenas
cinco años, estaba durmiendo sin el cinturón puesto. A pocas horas de llegar a
su casa, una enorme camioneta se les cruzó por delante. Su papa tuvo que frenar
para no chocar, pero aún así se rozaron bruscamente. Los hombres de la
camioneta se bajaron, eran dos, cada uno tenía un fierro en sus manos. Los dos
hombres parecían bastante ebrios, uno llevaba una camisa cuadrille color roja y
blanca, poseía una barba larguísima enrulada. Se acercó al auto en el que
estaba Enzo y con todas sus fuerzas partió la ventana trasera, luego rió. El
otro señor, más alto y con remera verde, partió el vidrio de adelante. Los
padres de Enzo se abrazaron y taparon su rostro para no lastimarse. Enzo estaba
atrás, su rostro estaba lleno de sangre. Los hombres gritaron que todo era
culpa del padre de la madre de Enzo que los despidió de sus trabajos, ambos se
subieron a la camioneta y se fueron. Después de que Enzo se recuperara en el
hospital, al volver a su casa, estampó todos sus autos de juguete contra la
ventana de su habitación. Lo llevaron al psicólogo por cuatro años hasta que pensaron
que su problema ya se había solucionado.
Enzo puede parecer lo que llamarían normal las personas para
sus amigos y conocido, pero su padre y su madre saben que no es así. Son conscientes
de los trastornos de su hijo. Enzo suele salir a la madrugada para caminar
aunque al día siguiente debe levantarse temprano para asistir al colegio.
Una vez en esas caminatas nocturnas, observaba a los autos.
Los vidrios que dejaron su rostro lleno de cicatrices. El seguía caminando,
mirando la calle, los bordes de la vereda. Metió su mano en uno de los
bolsillos de su pantalón y encontró una moneda de un peso. Seguía caminando,
con la moneda en su mano, arrastrándola por los costados de los autos así
causando largas ralladuras. De esa forma, recorrió aproximadamente treinta
kilómetros y volvió a su casa. Subió por las escaleras para llegar a su
habitación y guardó la moneda en un frasco. Al día siguiente, las personas de
esos vecindarios estaban enojadísimas. Todos fueron a la comisaría. Los
policías no sabían qué hacer con tanta gente molesta. A la madrugada, había
decenas de oficiales de policía haciendo guardia en esas calles. Enzo los
observó, y se fue por otro camino, una vez lejos de la vista de ellos, sacó
otra moneda y empezó a caminar. Esta vez recorrió cincuenta kilómetros. Luego
volvió a su casa, y guardó la moneda en el frasco. La gente y los policías
estaban como locos, tomaron medidas extremas. En cada cuadra había un policía
vigilando. Enzo estaba sentado en el borde de su cama observando al policía que
vigilaba. Enzo observaba con una sonrisa en su rostro. Su madre entró a la
habitación de él y vio el frasco con las monedas.
-Enzo, ¿Qué es eso? –Le preguntó sorprendida. Ella sospechaba
que su hijo tuviera algo que ver con lo que sucedía.
-Son monedas má. ¿Nunca las viste? –Le responde.
-¿Vos no tendrás algo que ver? Por favor Enzo, no se te
ocurra ir más allá.
-Basta má, ya soy un hombre. No haría esas cosas. –Le dice
Enzo sin mirarla.
-No hagas que te obligue a ir a un psicólogo. –Su madre se va
de la habitación bastante disgustada.
La mamá de Enzo, le comenta sus sospechas al padre, pero este
no quiere creerle. No quiere aceptar que su hijo esté involucrado con la ley.
Siempre había deseado tener un hijo mujeriego y bueno jugando al futbol.
Pasada una semana, la guardia había disminuido bastante. Había
un policía cada cinco cuadras de noche. De día había uno cada diez cuadras.
Enzo ya estaba cansado de esperar, así que un fin de semana a la mañana, se
puso una gorra y salió afuera. Fue caminando hasta la estación de servicio.
Solo había un auto. Enzo dejó de mirar, y siguió caminando. En un momento frenó
frente a una pinturería. Procuró que tuviera dinero y entró a esta. Observó que
el cliente anterior a él, compró un pote de pintura color blanco, entonces él
compró el mismo. Salió del negocio y caminó hacia una zona tranquila, lejos del
policía de guardia. No había muchos autos, solo tres estacionados en esa
cuadra. Se tapó bien con la gorra y en un rincón se agachó para poder abrir el
pote de pintura. Después de hacer eso, se levantó, se acercó a uno de los autos
y volcó el contenido del pote en este auto color rojo. Satisfecho con lo que
hizo, volvió a su casa. Luego de eso, estuvo un mes sin invadir externamente
autos, aunque ese mes estuvo ideando un plan. Cada día de ese mes, iba a una
estación de servicio distinta y compraba botellones de nafta. Los policías ya
no vigilaban y las personas no tenían miedo. Una vez que adquirió todos los
productos necesarios. Puso la alarma y se levantó a las 2:00 am. Salió de su
casa y condujo con la camioneta de su papá llena de botellones de nafta hacia
una plaza muy transitable de día. Enzo estuvo investigando y por eso creyó que
ese sería el lugar perfecto, porque de noche se volvía muy solitaria. Aún así,
había muchísimos autos porque esa plaza estaba rodeada de edificios y los que vivían
ahí, estacionaban afuera. Enzo observó las ventanas de los edificios
comprobando que nadie mirase, porque aunque había elegido un día perfecto
respecto a que debían hacer esas personas a esa hora, debía asegurarse de que
ninguno cambiase sus planes. Abrió un botellón de nafta y lo volcó en un auto,
luego otro, y así sucesivamente hasta cubrir toda la manzana. A la camioneta de
su padre la dejo junto a los otros autos y la roció de nafta.
Con el último botellón, hizo un camino para encender con fuego lejos de los
autos. Encendió la mecha y salió corriendo como un profesional. Mientras iba
corriendo empezaron a explotar los autos, Enzo se dio la vuelta para correr de
espalda y así poder ver las explosiones. Su rostro estaba adornado con una
sonrisa. La gente empezó a encender las luces de su casa y observar por la
ventana. Enzo se escondió en un callejón y trato de ir a su casa sin ser visto.
A las semanas, las personas no dejaban sus autos afuera porque Enzo ni bien
veía uno iba a querer hacerle algo. La gente busco una alternativa para viajar,
motos y bicicletas. Al principio no le causaba nada, pero luego, Enzo pensó que
sería divertido y comenzó a pensar diferentes ideas para destruir estos
transportes. Primero solo las pintaba y rayaba pero luego comenzó a doblar los
manubrios, romper los pedales o motores. Todo esto provocó que la gente dejara
de utilizar estos medios de transporte.
Los defensores del ambienten alaban al “chico fósforo” porque
gracias a él, las personas no contaminaban el ambiente con los autos.
En la ciudad hay muchos carteles pegados en postes de luz o ventanales
de los negocios que dicen: “¿Quién es el chico fósforo?” junto a una imagen
adjunta de la sombra de una persona y signo de interrogación.
Los padres de Enzo están como locos. Tratan de todas maneras
impedir que Enzo salga de su habitación, ya que, donde el provoco el peor acto de vandalismo de todos los que hizo en su vida, fue atestiguado por las cámaras. Aunque, estas videocámaras son de poco alcance y mala calidad, puede lograr verse su rostro a penas, y la policia es capaz de encontrarlo. Sus padres no saben qué
hacer con él, tienen miedo. Armando, su padre está logrando aceptar que le sucede a su hijo y
concientizar sobre eso.
Lo que ellos no saben es que no solo la policía lo busca, hay
un grupo tras él también.
Zaira, la madre de Enzo cierra la puerta de la habitación de
él con llave y candado, porque debe irse a trabajar a un bar que está ubicado a
unas pocas cuadras. Cuando la mujer está caminando por el asfalto, a pocos
metros de la puerta principal del bar, se detiene. Observa un auto color negro,
no luce muy costoso. Primero, se baja el conductor, un hombre con una barba
poco notable, gafas y un poco rellenito. Luego, se abre la puerta del copiloto
y sale una mujer voluptuosa de baja estatura, morena. De la parte trasera bajan
dos jóvenes, una chica con la mirada perdida y cabello ondulado, y un chico
escuálido de cabello negro. Todos entran al bar, al igual que ella.
-Llegó tarde doña, ponte el delantal. –Le ordena su jefa un
poco molesta.
-Disculpe, tuve unos problemas con mi hijo. Ya mismo me pongo
el delantal.
-Siempre así. ¿Qué anda pasando? Puede confiar en mí.
La madre de Enzo recuerda todos esos problemas a los que se
refiere y nerviosa responde: -No, no. Peleas normales de la casa, usted sabe.
La señora pronuncia dos veces la letra M mientras mantiene la
boca cerrada, la segunda vez la pronuncia por más tiempo –No sé, mujer. Piense
en eso. Ve a trabajar.
Las cuatro personas que ingresaron anteriormente al bar, se
sentaron en unos bancos acolchonados que rodean una mesa rectangular color roja
al igual que los asientos, y escucharon la conversación de las dos
trabajadoras.
Zaira se calza el delantal que cubre desde su pecho
hasta su cadera y camina hacia la mesa
de estos para alcanzarles el menú. La comida del día es “Pastel de papa
casero”. Todos ordenan eso, a excepción de la joven que pide una ensalada de
tomate y zanahoria. Zaira mientras anota los pedidos, ve de reojo una
fotografía extraña. No logra ver mucho, está en blanco y negro y parece ser la
sombra de alguien. Zaira se retira y los comensales comienzan a dialogar entre
ellos.
-¡Qué hambre! – Exclama la chica.
-Sí, la próxima vamos a una parrilla así me compro alto
chori. –Dice el hombre cerrando los ojos y masajeando la zona de su estómago.
La chica niega con su cabeza.
-Extraño los tacos. –Comenta la mujer haciendo puchero.
-Ya, ya. Dejen de hablar de comidas. Hay que encontrar a este
chico. –Se queja el más joven de los cuatro. –Ya tenemos casi todos los datos,
solo necesitamos contactarlo. Si tuviéramos alguna manera de saber dónde vive.
-Ya sabemos que debe estar en esta ciudad. –Dice la chica
enrollando un dedo en un mechón.
Zaira se acerca con la comida, y todos se callan
automáticamente. Sin embargo, ella no pudo evitar escuchar lo anterior.
-Acá tienen. –Dice Zaira con una fingida sonrisa. Sospecha
que hablan de su hijo. ¿Por qué querrían encontrarlo?
Por última vez, Zaira observa la imagen mal ocultada sobre la
mesa. Es su hijo. En la plaza principal rodeada de autos.
-El día de las explosiones. –Susurra Zaira creyendo que
piensa.
-¿Qué? –Pregunta la joven.
-Disculpen. –Dice Zaira anchando sus ojos, y trata de irse
pero el chico la retiene del brazo.
-Oye, oye. Soltá a la camarera. –Reclama la señora con la que
estuvo hablando Zaira antes, la otra trabajadora.
-Perdón. –Dice el chico, bajando la vista.
-Está bien, Norma. Ve. –Habla Zaira, refiriéndose a su jefa.
-Bueno. Cualquier cosa me avisa. –Se va Norma observándolos
con los ojos estrechados y levantando el mentón.
-¿Son policías? –Pregunta Zaira.
-Para nada. -Ríe Franco, el hombre.
-¿Qué quieren de él?
Todos se observan sugestivamente.
-¿Es su madre, no? Podemos protegerlo de la ley. –Dice
Elizabeth, la mujer con anchas caderas.
-¿Cómo saben? ¿Por qué harían eso? – Si la voz de Zaira se
materializara, parecería una gelatina moviéndose.
-Lo supuse. –Responde la psicóloga.
-No hacemos buenas cosas, y entre todos nos salvamos el culo
el uno al otro. –Sonríe Franco. –Necesitamos más ayudantes, su hijo puede
formar parte si no dicen nada.
Los dientes de Zaira rechinan por los nervios. –Si se lo
llevan lejos y lo protegen, se los doy. Necesito que lo cuiden, prometo no
decir nada. – Ella agarra de los hombros a Franco y le ruega a punto de llorar.
–Por favor.
Todos sonríen por dentro. –Está bien, le anoto una
dirección y ahí nos vemos en dos horas.
– Dice Leonardo, el delgado.
Terminan de comer, sus platos quedan blancos como si
estuvieran limpios. Se nota que tenían muchísima hambre. Ya satisfechos, pagan
la cuenta y se van.
-Fue más fácil de lo que imaginé. –Dice Soledad.
Por otro lado, Zaira termina su turno en el trabajo y casi
corriendo se va a su casa. Todo el camino lo hace mirando el suelo. Reconoce
que ya está en su casa cuando ve las baldosas color rojas y negras que decoran
la vereda. Entra con rapidez, abre el candado y la puerta para dejar a salir a
Enzo y contarle lo que paso. Claramente Enzo no quiere hacerlo, y protesta,
pero no tiene opción, porque su padre se entera al mismo tiempo que él y ambos
padres obligan a su hijo a entrar al auto de su madre, para llevarlo a donde debe ir.
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